Si se optara por mirar de manera recíproca, es decir observando con el mismo ojo que mira fuera, mirase este dentro, en el propio interior la oportunidad de aprender aumentaría, y sería el principio de complementación aquel que guiará a unos y otros a ser mejor.
Importante recordar que aquel ojo que mira, enjuicia y afirma, también sueña e imagina.
Quizás se aprendería que aquello proyectado en otro ha de comenzar por ser en sí mismo trabajado, y por qué no transmutado.
Este aprendizaje a partir de la reflexión haría que el resentimiento devenga en perdón, mas no tan solo al otro, sino a sí mismo, siendo el yo, el ego la fuente de todo sufrimiento que se padece. Es que en aquel acto de perdonar radica también la gracia de soltar, es decir aferrarse a sí mismo, allí donde se encuentra lo esencial a partir de una lógica paradojal.
Y el círculo ya se va cerrando cuando además de a sí mismo y al otro perdonar, es ya posible agradecer con la mayor humildad aquello que se tiene y lo que no también pues tanto lo uno como lo otro es lo que se merece, aquello pertenece, de lo contrario en vida se perece.