Entre nacimiento y muerte, la vida, graduación ocurrida entre estos dos polos, una fracción de tiempo insignificante ante la vastedad del cosmos.
Olvida a momentos la sociedad que lo único permanente es la impermanencia y que la paradoja abre paso a más preguntas. Cuando se hace grande el niño, infantil deviene y en adulto se convierte busca respuestas, pero preguntas deja de hacerse.
La naturaleza ante la existencia, si se opta, puede abrirse como un libro y mostrar de lo que está hecha siendo posible apreciar allí el más profundo milagro, el misterio de la vida haciéndose más evidente conforme esta avanza, momento a momento con la muerte carga.
Es posible ser solo parido y aún no dado a luz, aquello un proceso propio en el cual desde el lienzo, la piedra, la obra gruesa de la vida ha de ser por sí completada.
Memento mori. Recordar la muerte un aliciente a meditar sobre el escrito que ha de quedar en mármol grabado, en la lápida que acompañará la inexistencia interior de un cuerpo que se dejó de habitar volviendo a su origen como material. Es así como lo sutil suelta su crisálida, un volver a comenzar.
Ante lo anterior ¿Que quieres que diga tu lápida?, la vida una constante superación y el agradecimiento a esta el propio legado, la misión o remisión tal vez.
No ha de ser la existencia misma, día a día un resurgir, tomándose lo aprendido ayer remitiendo los errores del día anterior, un propio proceso de resurrección, y esto último el tercero oculto entre vida y muerte, pues resurrección es resurgir y este el preciso momento atemporal para hacerlo.