Guardador de Rebaños

I
Yo nunca guardé rebaños
Pero es como si los guardara.
Mi alma es como un pastor,
Conoce el viento y el sol
Y anda de la mano de las Estaciones
Siguiendo y mirando.
Toda la paz de la Naturaleza sin gente
Viene a sentarse a mi lado.
Pero yo quedo triste como una puesta de sol
Para nuestra imaginación,
Cuando enfría el fondo del llano
Y se siente la noche entrada
Como una mariposa por la ventana.
Pero mi tristeza es sosiego
Porque es natural y justa
Y es lo que debe estar en el alma
Cuando ya piensa que existe
Y las manos cogen flores sin que ella se entere.
Como un ruido de cencerros
Más allá de la curva del camino
Mis pensamientos están contentos
Sólo me da pena saber que ellos están contentos
Porque, si no lo supiera,
En vez de estar contentos y tristes,
Estarían alegres y contentos.
Pensar incomoda como andar en la lluvia
Cuando el viento crece y parece que llueve más.
No tengo ambiciones ni deseos.
Ser poeta no es una ambición mía.
Es mi manera de estar solo.
(…)

II
Mi mirar es nítido como un girasol
Tengo la costumbre de andar por los caminos
Mirando a derecha y a izquierda,
Y de vez en cuando para atrás…
Y lo que veo a cada momento
Es aquello que nunca antes había visto,
Y me doy cuenta muy bien…
Sé tener el pasmo esencial
Que tiene un niño, si, al nacer,
Repara de veras en su nacimiento…
Me siento nacido a cada momento
Para la eterna novedad del mundo…
Creo en el mundo como en una margarita,
Porque lo veo. Pero no pienso en él
Porque pensar es no comprender…
El mundo no se hizo para que lo pensáramos
(Pensar es estar enfermo de los ojos)
Sino para mirarnos en él y estar de acuerdo…
No tengo filosofía: tengo sentidos…
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que ella es,
Si no porque la amo, y la amo por eso,
Porque quien ama nunca sabe lo que ama
Ni sabe porque ama, ni lo que es amar…
Amar es la inocencia eterna,
Y la única inocencia es no pensar…

III
Al atardecer, recargado en la ventana,
Y sabiendo de soslayo que hay campos enfrente,
Leo hasta que me arden los ojos
El Libro de Cesario Verde.
Que pena tengo de él. Era un campesino
Que andaba preso en libertad por la ciudad.
Pero el modo conque miraba las casas,
Y el modo como observaba las calles,
Y la manera como se interesaba por las cosas,
Es la de quien mira los árboles
Y de quien baja los ojos por la calle adonde va
Y anda observando las flores que hay por los campos…
Por eso tenía aquella gran tristeza
que nunca dice bien que tenía
Pero andaba en la ciudad como quien anda en el campo
Y triste como disecar flores en los libros
Y poner plantas en jarros…

IV
La tormenta cayó esta tarde
Por las orillas del cielo
Como un pedregal enorme…
Como si alguien desde una ventana alta
Sacudiera un gran mantel,
Y las migajas todas juntas
Hicieran un barullo al caer,
La lluvia llovía del cielo
Y ennegreció los caminos…
Cuando los relámpagos sacudían el aire
Y abanicaban el espacio
Como una gran cabeza que dice que no,
No sé por qué —no tenía miedo—
Me puse a rezar a Santa Bárbara
Como si fuera yo la vieja tía de alguien…
¡Ah! es que rezando a Santa Bárbara
Yo me sentía aún más simple
De lo que creo ser…
Me sentía familiar y casero
(…)

V
Hay metafísica bastante en no pensar en nada.
¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué sé yo lo que pienso del mundo!
Si me enfermara pensaría en eso.
¿Qué idea tengo yo de las cosas?
¿Qué opinión tengo sobre las causas y los efectos?
¿Qué es lo que he meditado sobre Dios y el alma
Y sobre la creación del Mundo?
No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos
Y no pensar. Es correr las cortinas
De mi ventana (pero no tiene cortinas).
(…)
Pero si Dios es los árboles y las flores
Y los montes y el rayo de luna y el sol,
¿Para qué le llamo Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y sol y rayo de luna;
Porque si Él se hizo, para que yo lo vea,
Sol y rayo de luna y flores y árboles y montes,
Si Él se me aparece como árboles y montes
Y rayo de luna y sol y flores,
Es que Él quiere que yo lo conozca
como árboles y montes y flores y rayo de luna y sol.
Y por eso yo lo obedezco
(¿Qué más sé yo de Dios, que Dios de sí mismo?),
Le obedezco viviendo, espontáneamente,
Como quien abre los ojos y ve,
Y le llamo rayo de luna y sol y flores y árboles y montes,
Y lo amo sin pensar en Él
Y lo pienso viendo y oyendo,
Y ando con Él a toda hora.

Alberto Caeiro

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