Si es que ha de haber una constante además de la inconstancia, ha de ser el aprendizaje. Aprehender lo anterior remite en sí mismo transmutado en amor. Para ello importante es, antes que amar a otros comenzar por amarse a sí mismo, de lo contrario un acto vanidoso de carencia y necesidad.
Es que no hay opción, la vida es la cárcel flanqueada por el nacimiento y la muerte, y es vida en la medida que se explota como potencial, así se da luz al individuo, lo otro carne en descomposición que deambula, pertenece, es caja de resonancia de ideas que no le son propias, el muerto vivo, el masa, el feligrés de la moda o ISMO de turno.
Se ha alcanzado este punto en que hoy es el virus, en otro momento las bacterias que han corroído la razón dirigiendo la mirada hacia otro lugar, a sabiendas o no de que cada vez que se apunta con el dedo algo, dada la esfericidad de la tierra, vuelve al mismo punto aquel índice acusador que tocando el hombro de aquel le plantea, en el mejor caso, la duda con respecto al propio actuar.
Dicho de otra manera, pulir la piedra con la que se tropieza día a día, pues esa piedra no es ni más ni menos que quien tropieza. Y la diferencia con la piedra es que ella sabe serlo, no se queja de su piedricidad a diferencia de la persona, si ayer fue el pelo rubio, hoy es el verde. Maldito pasajero de aquel tranvía llamado deseo.