¿Qué me calme? ¿Qué domeñe el amor
ardiente y feliz que ansía suprema belleza?
¿Qué entone mi canto de cisne al borde de la tumba
donde os gusta enterrarnos vivos?
¡Olvidadme! Todopoderosamente arrastrado,
el fresco caudal impaciente de la vida
ha de revolverse sin pausa en su lecho angosto
hasta reposar en la mar natal.
La planta del vino desdeña los frescos valles,
el afortunado jardín de las Hespérides solo
produce sus dorados frutos bajo el rayo ardiente
que, como una saeta, penetra en el corazón de la tierra.
¿Qué vais a aplacar, cuando encadenado
al tiempo férreo me arde el alma?
A mí que solo los combates salvan, ¿a qué me arrebatáis,
flojos de vosotros, mi elemento abrasador?
La vida no está escogida para la muerte,
ni para el sueño el dios que nos inflama,
no ha nacido para el yugo el excelso
genio que viene del éter.
Desciende y se zambulle como si se bañara
en la corriente del siglo; y por un instante
la náyade arrebata al nadador
pero él alza en seguida más clara su cabeza radiante.
Dejad ese gusto de rebajar lo grande,
y no vengáis hablando de vuestra felicidad.
No plantéis el cedro en vuestros tiestos,
no toméis el genio a sueldo,
ni tratéis de paralizar el corcel del sol,
dejad a las estrellas seguir su ruta,
y a mí no me aconsejéis que me conforme,
no me hagáis siervo de esclavos.
Y si no podéis soportar lo bello,
¡hacedle guerra abierta con fuerza y hechos!
Otrora se clavaba el visionario en la cruz,
ahora lo asesina el prudente y fino consejo.
¡Cuántos habéis sometido
al imperio de la necesidad! ¡Qué de veces habéis desviado
hacia vuestro banco de arena el timonel esperanzado
en audaz derrotero hacia el cálido Oriente!
Es inútil, en vano me retiene esta época ruin,
y es mi siglo mi castigo.
Aspiro al verde campo de la vida
y al cielo del entusiasmo.
Vosotros, oh muertos, enterrad vuestros muertos,
ponderad la labor humana y tomadme por loco,
con todo madura en mí, conforme al deseo de mi corazón,
la bella, la viva Naturaleza.
Friedrich Hölderlin